Sueña

Sueña libre y sin descansar,
No hagas treguas con el azar,
Que el destino te pertenece,
Y un verdadero sueño nunca perece.

Ser escritor, o si quieres pintar,
Sea como sea lo vas a lograr.
Pero cada segundo sin luchar,
En el ataúd es un clavo más.

No ahogues las penas en algún bar,
Tarde o temprano van a flotar,
Lucha como si no hubiese fin,
Sueña y nunca vas a morir.

Pero no te embriagues de ilusión,
O se morirá tu corazón.
Soñar es el primer paso,
Pero sin luchar es un atasco.

Lennon, Luther King y Frankenstein,
Todos tenían algo en común;
Soñadores implacables, y más aún,
Ni un segundo dejaron de luchar.

Sueña, amigo mío, y verás,
Que el sentido de la vida es vivir,
No dejes ningún sueño sin cumplir,
O al menos nunca pares de luchar.


Y.A.A.S.
El Recolector de Palabras.



Todo lo que quiero cabe en una sonrisa

No quiero riquezas, ni una canción,
No importa si vivo en un rincón.
Lo que quiero es vivir en tu mirada,
Y habitar tu corazón.

No quiero pasajes a París,
¿Para qué si no estás ahí?
Quiero viajar a tu mejilla,
Y vacacionar en tu reír.

Quiero ser el latido de tu corazón,
El suspiro que escapa sin razón.
No quiero un millonario jardín,
Soy el más rico si estás aquí.

No quiero domingos en la playa,
Quiero cualquier día en que me abrazas.
Quiero respirarte a pinceladas,
Y sentir que nada malo pasa.

Todo lo que quiero cabe en una sonrisa,
En la comisura de tus labios y en tus caricias.
Todo lo que quiero es darte mi vida,
Todo lo que quiero es tu sonrisa.


Y.A.A.S.
El Recolector de Palabras



Como se venga, pero que sea contigo.

Como se venga la vida,
Como se venga el destino,
Como se venga, pero que sea contigo.

Si el llanto se me vuelve rutina,
Lloraré de alegría, por tu compañía.
Si las lágrimas me inundan la vida,
Nadaré feliz hasta tu orilla,
Porque si es por ti camino hasta la luna,
Y si es contigo, me alegra hasta la ruina.

Sean riquezas o sea la lluvia,
Ya sea razón o sea la duda,
Sea con John o sea con Ringo,
Sea lo que sea, que sea contigo.

Pero no me dejes sin ti,
Que me abandona la locura,
Me tortura la alegría,
Y el calor de tu ausencia me congela.

Como se venga el mundo,
Como se vengan los sueños,
Si vienen blancos o vienen negros,
Como se venga, pero que sea contigo.

Y.A.A.S.
El recolector de palabras.





El nacimiento de Helios

Primera Parte.
El retorno del amor.

Previo al final del principio, cuando la luna tenía luz propia, las noches eran largas y los días fríos, y la tierra era habitada aún por la segunda generación del hombre, una mujer sin nombre dio a luz a un niño a quien llamó «Helios». Era descendiente directo del amor y había heredado su bendición y su castigo; su ser estaba dividido en dos, condenado a buscar la otra mitad para la que fue concebido.
No esperaba el majestuoso pero retorcido destino que le esperaba. Había nacido para la gloria, y por la gloria viviría hasta el último día de la tierra.
Helios creció en el campo con dos hermanas y sus padres. El tiempo lo bendijo con la belleza de la tierra, la fuerza de un volcán y la furia del mar. Su padre había sido uno de los primeros hombres en trabajar la tierra, y él había aprendido también. Fue precisamente descansando en sus dominios cuando descubrió por fin la otra mitad de su alma. Apenas tenía 17 años, pero su corazón tenía la edad del mundo. La noche era fría, pero iluminada. Helios alzó el rostro y vislumbro la luz de la Luna, que abrazaba cada rincón del planeta. Su corazón se precipitó y sonrió nervioso en sus adentros, temerosos de que lo que veía fuese irreal. Lo peor le había sucedido; se había enamorado de la Luna.
Fue aquella la primera noche en que Helios no durmió un segundo. Luego, con cada crepúsculo se precipitaba a la soledad y sonreía viendo cada cráter de la Luna modelarle desde lo alto. El amanecer era la peor parte de sus días. Vivía por la noche, y moría con el alba. Durante la ausencia de la Luna, solo pensaba como enamorarla también, como alcanzarle, rozarle, o simplemente, no dejar de mirarle jamás. En alguna ocasión, supo que cantarle al astro y este le regaló mil sonrisas en su luna creciente.
Un día Helios no lo soportó, tomó sus cosas y huyó de su hogar en busca del cerro que le disminuyera el cenit que le separaba de su amada. Así un día frío encontró el monte más alto del planeta, al oriente del hemisferio norte de la tierra. Ahí le esperaba con parsimonia al final de cada día, viviendo feliz mientras durara la noche. Con el tiempo aconteció lo inevitable, y la Luna le abrió su corazón, sucediendo así lo inimaginable; la Luna, infinita, se había enamorado de un simple hombre mortal. Los días eran cada vez más cortos pues aquel satélite se apresuraba a rodear la tierra, para ver a su amado.
La Luna, envuelta en esa euforia necia que engendra el amor, cometió una noche la mayor locura de su ser; tomó la luz que había heredado de los dioses y se la entregó al mortal, como prueba de su infinito y sincero amor. Helios, el mortal, incapaz de creer lo que poseía en sus manos, extirpó su corazón y se lo entrego al astro. El pobrecillo pensaba que el obsequio era de similar valor. Así la tierra, el mar y las estrellas volvieron a presenciar como regresaba aquel mágico ser llamado «Amor», con su locura y su belleza afiliada.


Segunda Parte.
El retorno de los dioses.

Helios y aquel enigmático Astro gozaron de los placeres de la existencia tanto como duró su locura, que ciertamente, era infinita. Pero la Luna, en su alma, sabía que pronto tendrían que costear el pago de su felicidad, aunque sea cual fuese el precio, sabía que valía la pena.
Fue el dios del viento quien les descubrió, convirtiéndose en tempestad al instante que voló a narrarle al dios de la paz y de la guerra lo que había visto. En aquel instante aquella deidad destructora enfureció y fue más dios de la guerra que de la paz. Temeroso de ver resurgir aquel ser misterioso ser que él mismo había dividido en dos, al «Amor», y celoso de saber que no podría amar jamás, invocó a su ejército e hizo acto de presencia en aquel monte de más de ocho mil metros de altura, donde la tierra se acercaba a la Luna.
— ¿Qué has hecho, Luna cualquiera? —Tronó su voz, haciendo que cada hombre que le escuchara temblara de miedo, y el cielo escupiera relámpagos a cada palabra— ¡Has despreciado el regalo que te hemos dado, otorgándolo a este miserable hombre mortal!
Helios y la Luna temblaron bajo la ira del falso dios. El mortal se puso en pie tomando valor sin saber de dónde, e intentó encarar a aquella deidad.
—No nos castigue, su divinidad —rogó Helios— somos simples ingenuos, más le pido que nos permita permanecer para lo que fuimos hechos. Y para no hacer hereje nuestra unión, solicito más bien su misericordia, y me sustraiga el don de la muerte. Así no seré más un mortal que atentó contra los dioses, y tampoco seremos separados de nuestro destino.
El dios de la guerra y de la paz gruñó con ira, desenvainando su espada al instante.
—Se lo pido —solicitó Helios, colocándose de rodillas ante el dios— le entregaré mi alma, si es necesario.
El dios rió.
—Tu alma no vale nada para mí, humano. Pero te convertiré en inmortal, como has solicitado.
Helios sonrió feliz, imaginando la eternidad al lado de su amada.
— ¡Serás condenado! —Gritó el dios— lo que has solicitado será tu castigo. Estarás condenado a vivir eternamente separado de la Luna, sin poder alcanzarla jamás. Y tú, Luna traicionera y hereje —vociferó, señalando a la luna— ya no tendrás el don de la luz, pues la haz rechazado para siempre.
Aquella falsa deidad elevó su arma de hierro sagrado y con un fuerte impulso golpeó sobre el pecho del mortal. Su cuerpo se fundió con la luz de la Luna, que atesoraba donde antes estaba su corazón, y comenzó a arder en llamas. Se elevó a los cielos y gracias a su contextura agresiva como humano, al momento se sufrir la metamorfosis a inmortal, se transformó en un glorioso astro de fuego que iluminaba los confines del universo.
Desde el cielo, Helios podía ver cada rincón de la tierra. Su luz llegaba hasta la Luna y de nuevo, sin desearlo, el amor les había dado otra lección a los dioses.
Así, Helios perseguía a la Luna por la eternidad, regalándole la luz que él un día recibió de ella, y de vez en vez, cuando el destino se ponía blando, se lograban alcanzar y hacían el amor en lo alto del cielo, formando cortísimos besos en eclipse.
Con el tiempo, los hombres asignaron uno tras otro eufemismo al mortal que se volvió luz. Se le llegó a llamar Solís, y cierto imperio bautizó el séptimo día de la semana en su honor, como se le conoce hasta el día de hoy. A los dioses falsos, en cambio, los habían arrojado al obscuro abismo del olvido, y de nuevo, el amor verdadero demostró ser inmortal.


Y.A.A.S.
El Recolector de Palabras.



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El mundo no se detiene.

Aunque el destino te separe de los sueños,
Aunque la vida se ría de tu suerte,
O si la tempestad hace lo propio con tu cuerpo,
Sigue adelante, el mundo no se detiene.

El tiempo no esperará a que le alcances,
El mar no se calmará para que pases,
Ni el viento detendrá su castigo,
Pero siempre lucha, y lleva la fe contigo.

Que la felicidad sea tu andar,
Y una sonrisa no olvides vestir,
Que el silencio te escuche cantar,
Y a la vida enséñale a vivir.

Y si el destino te esconde la felicidad,
Mírale sonriendo, y dile que la encontrarás.
Demuestra que tu fuerza no tiene fin,
Que has sido libre y siempre será así.

Si alguien te rompe el corazón,
Reconstrúyelo más grande que el sol,
Pero no te permitas no aprender,
Pues el amor no da entrada a la razón.

Si tu cuerpo comienza a menguar,
Y las enfermedades te pretenden nublar, 
Déjalo ser, y comienza a entender,
Que hasta el rio más claro muere en el mar,
Incluso las nubes caducan en la lluvia,
Y hasta los buenos recuerdos tienen que acabar.

Si la riqueza parece mermar,
Recuerda que rico no es el que tiene más,
Si no quien tiene a quien abrazar.
Entiende que el mundo entero es tu hogar,
Vallas donde vallas, rico serás.

Cuando la muerte te robe un amigo,
Recuerda que lo encontraras en el camino,
Lo sentirás en el viento y en el mar,
En el recuerdo de cada sonrisa que te supo robar.

Que es duro tener que luchar, dirás,
Pero quien gana, suele ser quien lucha más.
Derrama el alma en cada sueño,
Y cada sueño alcanzarás.

Y si el mar se alza contra el mundo,
Si las montañas parecen derrumbar,
Si el cielo dejó de sonreír,
Recuerda que quien está estancado,
Ya comenzó a morir…
Sigue adelante, el mundo no se detiene.


Y.A.A.S.
El Recolector de Palabras.


La despedida

Ha llegado la hora, amor,
La hora de cerrar mis ojos,
Más no la de dejar de verte,
Porque los ojos del alma,
No los cierra la muerte.

Solo si vives, viviré, inmortal seré,
Y mientras duermas, ahí estaré,
Seré el protector de tu calma,
Tu atrapasueños será mi alma.

Solo moriré si me olvidas,
O si se te borra la sonrisa,
Que si mis memorias te perturban,
Con gusto asesinaré mi recuerdo,
De tu corazón lo soplaría.

Se feliz, pues ese es mi cielo,
Mi paraíso son nuestros recuerdos.
Prometo envejecer de tu mano
Mi alma flotará a tu lado,
Y si Dios me lo permite,
Te escribiré de vez en cuando.
Mis cartas serán tus sueños,
Tu compañía será mi canto.

No prometo visitarte algún día,
Pues de tu lado jamás me marcharía.
Aunque no me veas, ahí estaré,
Seré el pañuelo de tu llanto,
Y el eco de tu sonrisa.

Seré la brisa que te acaricie,
La nube que te cubra en el día,
La lluvia que rose tu superficie,
Seré la misma mierda que pises,
Si es necesario para seguirte.

Hoy las leyes de los hombres,
Mi muerte obligan,
Pero mañana la ley de Dios,
Me hará justicia.


Y.A.A.S.
El Recolector de Palabras.



Las Peripecias de un Borracho.

No sé si vivo para beber,
O bebo para vivir,
Pero si el aire fuese licor,
Tendría para vivir otra razón.

El sol y su manía de huir,
Me advirtió que la vida,
Se tiene que vivir.

La luna y su forma de reír,
Me enseñó que la noche
Se hizo para ser feliz.

Por eso no paro de beber,
Solo en los lagos del alcohol,
Soy quien quiero ser.

Mi mejor amiga es una cerveza,
No me abandona ni en tiempos sin certeza.
Y un verdadero hombre sabe amar,
Un buen trago, y una mujer.

Y aunque nunca puedo ser feliz,
Mi sueño en la vida, es morir,
Morir en un trago de licor,
Y en una copa de vino, vivir.

Y si el alcohol se volviese fuego,
Hasta el mismo infierno bajaría,
Para compartir unas copas con el diablo,
Y hasta a la muerte embriagaría.

Que si el destino quiso mi vida en obscuridad,
Quizá fue para una fiesta cantar,
Mi vida una cantina será.


Y.A.A.S.
El Recolector de Palabras.


Cadena de Sonrisas

Maldita parafernalia del amor,
Que su sonrisa causa la tuya,
Y la tuya es razón de la mía.

Malditas manías del amor,
Que solo soy feliz,
Si él te hace reír.

Maldigo que su felicidad
Te cause a ti,
Lo que la tuya me hace a mí.

Mataría la vida, moriría por amor,
Lo que sea daría, por ser yo la razón,
Por ser yo, origen de tu corazón,
Y no de tus sobras, el recolector.

Las migajas de tu tiempo,
Las estelas de tu amor,
El residuo de tu ser, bastaría,
Para alegrar mi corazón.

Pero le agradezco a Dios,
Que te haga soñar, que te haga feliz,
Al fin y al cabo, solo así logro reír.

Maldita cadena de sonrisas,
Me tocó ser, el último eslabón.


Y.A.A.S.
El Recolector de Palabras.



Algún lugar en ningún lado...

Hay en el mundo un lugar
Que ningún hombre, jamás,
Ha visitado, ni lo hará.

Pero llegaré,
A donde nadie ha ido, iré.
Andaré sobre los colmillos del diablo,
Caminaré sobre los vientos mortales,
De ser necesario, moriré.

Con mi frío quemaré los mares,
Una Aurora Boreal fabricaré.
Lucharé con el mismo Hades,
Si es preciso, otro mundo construiré,
Pero llegaré.

Mi lucha será a muerte,
Y si no logro alcanzarlo,
El haberlo intentado,
Será suficiente.

Tu corazón alcanzaré,
Así reviva la muerte,
Si el destino mi enemigo se vuelve,
Aunque las lágrimas me quemen el alma,
Lo alcanzaré.

Viviré entre tus recuerdos,
Tus sentimientos serán mi abrigo,
Y de frío jamás sufriré.
El protector de tus besos,
Ese seré.

Tu corazón alcanzaré,
Aunque pierda mi alma en el camino,
Aunque mi vida carezca de sentido,
Pero lo alcanzaré.

Donde nadie ha estado, viviré.
No sé cómo ni cuándo,
Pero tu corazón alcanzaré.



La noche en que el hombre conoció a su peor enemigo

Era una noche fría y acuosa, triste. El cielo se desquebrajaba a trozos y caía sobre la tierra. Las nubes se partían en relámpagos que golpeaban el suelo con la ira de Dios. Un agresivo ejército de agua atacaba desde el cielo y moría en un asalto kamikaze contra el mundo. La luna lloraba desconsolada al ver el sol derramarse sobre el planeta entero, y el mar se alejaba con tristeza de la orilla. El tiempo se había vuelto loco, y la locura parecía normal. Era la última noche del hombre.
La casa del hombre quedaba en lo alto de la última colina viva. Estaba cercada y resguardada, ajena a la realidad que asechaba toda vida. Descansaba dentro del pequeño rincón que llamaba hogar, sin ver que su hogar llegaba hasta donde la vista pudiera, pero que estaba a punto de arder en llamas, al igual que toda su familia.
La paz de aquel hogar fue interrumpida por un desconocido, un mágico ser que tocó a la puerta de la casa del hombre. Parecía un anciano, vestía prendas desgarradas, exento de calzado y de sonrisas. Una incisiva mirada era su saludo, y la soledad su andar. Llevaba el cabello enmarañado, el rostro demacrado y el corazón roto. Cada molécula de su ser entrañaba tristeza y lástima.
-¿A quién busca? –preguntó el hombre con aspereza, contrariado al ser extraído de su descanso. Impasible.
-A ti –contestó el vagabundo. Su voz era arenosa y seca.
-¿Quién eres?
-¿No me reconoces? Era de esperarse… soy tú. Soy el precio de tu felicidad. El costo que tienes que pagar para sonreír es mi tristeza. Mi enfermedad es lo que vale tu salud.
El hombre, más abrumado y menos inmutable, se desquebrajó por dentro. El vagabundo dio media vuelta y comenzó a andar a paso lento sin pronunciar una palabra. Envuelto en el sortilegio de la visita y como si hubiese un acuerdo tácito entre aquel par, el hombre comenzó a seguirle un paso detrás.
-Por tener tu pequeño rincón, has vendido el mundo entero –comentó el vagabundo- y mira ahora lo que has hecho.
El anciano señaló a su alrededor y hasta entonces el hombre se detuvo a observar lo que pasaba en su entorno. Los animales más salvajes corrían a esconderse de los fragmentos de cielo que caían sin piedad. Las aguas de los ríos, las lagunas y los lagos, que antes eran tranquilas, se abalanzaban por los aires intentando alcanzar su presa. Los árboles levantaban sus raíces de los suelos y estas se tornaron en garras. Una lluvia ácida se tornó cuerpo y afilaba una espada. La noche apenas empezaba.
-¿Qué es lo que pasa? –preguntó el hombre.
-Se revelan, van en busca de su presa.
-¿Su presa…? –susurró, temeroso de conocer la respuesta.
-Tú, yo, todos.
Un lago contaminado, la tierra de una mina explotada y una nube de polución se alzaron en armas y señalaron a donde estaba el hombre.
-¡Allá! –gritaron, el eco de su ira retumbó hasta en el último rincón del planeta moribundo. Una playa con petróleo derramado volteó, le miró, y se alzaba también con furia.
-¿Yo  hice esto? –preguntó el hombre.
-Hasta el último de los males.
Un ejército de algas proliferadas corría con furia. La Justicia se hizo hombre y dirigía cada ser y sus armas. El Amor tomó forma, pero hasta él odió al hombre. La Avaricia se hizo presente, y tenía exactamente la misma apariencia del hombre. Todos iban a por él.
La tierra infértil, se alzó frente a él y le habló con ira.
-Venimos a juzgarte.
El hombre, sumiso ahora, asintió con temor. Un árbol moribundo le ató a las espaldas, mientras el vagabundo simplemente observaba retirado con lágrimas en el alma, envuelto en la mayor de las tristezas.
Una pantera, un león, una ardilla y un halcón, destruyeron el hogar del hombre, el último lugar de la tierra que se mantenía en pie.
La justicia se posó frente a él y le escupió a la cara. A sus espaldas le seguía una ballena triste, una nube de smog y un zorro sin piel. Todos los seres a los que el hombre les había arrebatado la vida, hacían fila para ver el juicio.
-¿No te bastaba tu propia piel? –preguntó el zorro.
El hombre lloró.
-Yo soy tu –dijo el vagabundo desde un lado, ignorado por todos. El hombre volteó hacia él y sollozó, arrepentido por lo que había hecho, pero como cada que uno se arrepiente, ya era tarde.
-Soy tú, tú eres yo –continuó- tú nos hiciste esto, te lo hiciste a ti mismo, pobrecillo.
El hombre alzó la vista y vio como cada uno se arrinconaba para tomar su granito de venganza. La capa de ozono, el último miembro de una raza en peligro de extinción y una nutria que había perdido a sus crías, todos alzaban sus puños y sus armas para vengar el planeta. Entonces el hombre lo comprendió todo, aquella noche, la última de sus noches, conoció a su peor enemigo, y entendió que era el mismo. Él se había matado a sí mismo, había destruido su hogar y a su familia, y ahora se estaba matando a él. Volvió la vista hacia el anciano y lo comprendió todo; en verdad era él, él se había convertido a sí mismo en una víctima, se había tratado como a algo y no como a alguien. Se había asesinado lenta y dolorosamente.
Aquella noche, la noche en que el hombre entendió que había sido él mismo su peor enemigo, era la última noche de la tiranía del hombre, y al alba, sería el primer día en que la tierra descansaría.

Y.A.A.S.
El Recolector de Palabras.

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Las Anécdotas de Gabriel (2/∞)

Triste realidad.

Gabriel abrió sus ojos muy lentamente. Estaba en alguna habitación, cerca de ningún lugar, y no tenía memoria de cómo había acabado ahí. Intentó resonar, y entonces se dio cuenta que no tenía ni recuerdos, ni siquiera memorias de haber vivido jamás.  Un incisivo manto de obscuridad abrazaba la estancia, y el joven no podía ver ni su propia mano. Se parecía tanto a la historia de su vida, esa que no recordaba.
Sus pupilas tardaron un instante de más en acostumbrarse a la negrura, cuando divisó una densa luz blanca alumbrar desde el fondo. Entonces comprendió que no estaba en una habitación, era más bien un pasillo, un obscuro pasillo angosto.
Intentó gritar, pero había olvidado como gesticular una palabra, y estas habían optado por escapar de su boca en silencio. No sentía sus piernas, pero comenzó a caminar. Se acercaba con cada paso hacia la luz. El motor que lo empujaba podía ser la curiosidad, el temor, o la tradición popular de seguir la luz al final del camino, pero lo que fuese, no podía saberlo, porque no sentía nada. No sentía nada más que la ansiedad de haber olvidado algo, de haber perdido algo, pero no recordaba el qué. Intentó tocar las paredes de aquel pasillo pero la obscuridad se tragaba su mano y un agrio escalofrío le recorría los nervios que creía muertos.
Con cada paso aquella luz se tornaba más brillante y lo cegaba el doble. Debía tapar su vista con su palma para no dañar las últimas gotas de vida que tenía en los ojos. Estando un poco cerca divisó algo al centro de la luz blanca, era el contraste de una persona, de pie delante de él. La luz alumbraba a las espaldas de aquel enigmático sujeto. Entonces fue cuando el temor arropó el alma del joven y prefirió correr. Necesitó estar más cerca para diferenciar que, la persona al final de camino, era una mujer. La silueta se le hacía conocida en su mente y en su corazón, pero no le reconoció. Exprimió cada suspiro de fuerzas que le quedaba en el alma y apresuró el paso. Fue hasta que mató suficiente distancia cuando reconoció perfectamente aquella silueta a contraluz… aquella alma. Se detuvo de golpe de la impresión y su corazón comenzó a brincar tan fuerte como podría hacerlo. Intentó gritar de nuevo, pero apenas un aullido escapó de su boca.
-Poli… -susurró.
Entonces la memoria, los recuerdos y el sentimiento le llegaron de golpe. La muchacha, sonriente hasta el final, extendió su brazo derecho con la intención de entrelazar sus manos, como lo habían hecho ya con sus almas. Gabriel comenzó a andar a paso lento. Estaba nervioso, aturdido y contrariado. Sonreía y sus ojos gritaban lágrimas de felicidad. Extrañaba tanto el sabor de su piel, de su aroma, de su presencia, de su sola existencia. Se impacientó y comenzó a andar más rápido.
Cuando Gabriel estuvo a unos pasos de ella, extendió también su brazo y sonrió aún más al recordar el sabor de su piel rozando la de su amada. Cuando estuvo a tan solo un suspiro de unirse para siempre, cuando tan solo les separaba un átomo de distancia, entonces el joven comprendió donde estaba, recordó quien era, como había llegado ahí, y que de hecho ya había vivido todo aquello. Luego, con el corazón abrumado… despertó.


Y.A.A.S.
El Recolector de Palabras.

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Ni en mil poemas de amor.

Ni la belleza, o la razón,
Ni los recuerdos del corazón.
Ni la existencia del mundo entero,
Ni en mil poemas de amor.

No bastarían mil idiomas
Para cantar esta canción.
No ajustaría la luna azul,
Para tanta inspiración.

No es suficiente el mar salino,
Para estas lágrimas de excitación.
Ni con mi vida expresaría,
Ni en mil poemas de amor.

Ni con guerras podría callar
Lo que grita mi corazón.
No, no ajustaría Napoleón,
Ni su ejército vencedor.

Porque más allá de la muerte,
Vive el suplicio de no verte.
Y donde habita la vida,
Muero, al no tenerte.

Podría robarme al mundo,
Podría alquilarte el sol,
Pero ni juntándolo a la luna
Expresaré lo que sintió
Mi alma, mis sueños y mi color,
Al rozar con mis ojos, tu voz.

No, no son suficientes
Mil poemas de amor,
Ni los tesoros que no tengo,
Mucho menos, bastaría mi corazón.

Lo gritaría en silencio,
Mentiría con la verdad,
Pero lo que por vos siento,
No podría explicar,
No... ni en mil poemas de amor.


Y.A.A.S.
El Recolector de Palabras.